A lo largo de este mes de junio no son pocas las jubilaciones de docentes que se celebrarán en Navarra. La mayor parte, sobre todo si son de secundaria, las reciben como una bendición, otros con alivio, y los hay, tal vez los menos, que sienten una indisimulada pena por dejar una profesión en la que han trabajado tanto como han disfrutado. Pero habrá pocas que hayan reunido las características de la que tuvo lugar en Oteiza el pasado 9 de junio.
Se jubilaba Jesús Mari Albéniz, un maestro que llegó al pueblo en septiembre de 1976 y que se ha mantenido en su puesto, sin cambiar de destino, 42 años. Pese a haberlos tenido excelentes, Jesús Mari ha sido en nuestro colegio la encarnación del buen maestro: preparado, vocacional, inquieto, atento, dedicado, cercano, y preocupado por hacer de sus alumnos no solo hombres y mujeres con conocimiento, sino como decían nuestros padres y abuelos, hombres y mujeres de provecho.
El día fue una sucesión de actos en el que los sentimientos se hicieron memoria y recuerdo, cariño y presencia, música y palabra. Una abarrotada iglesia parroquial, cedida amablemente para la ocasión, sirvió de marco idóneo para la celebración de un acto institucional en el que el agradecimiento fue la idea más repetida. El ayuntamiento le entregó una placa conmemorativa. El actual director del centro, sin poder disimular su emoción, agradeció en nombre de todos los compañeros antiguos y actuales del centro su trabajo y su calidad humana. Todos los niños del colegio, situados junto a él en los primeros bancos, le cantaron algunas de las canciones aprendidas de sus labios. Un representante de la Apyma, en representación de todos los padres y madres, le recordó los buenos momentos vividos a lo largo de los años y su implicación en el proyecto del centro. Ex-alumnos y ex-alumnas le leyeron poemas y recuerdos, algunos llegados desde fuera de España. También la jota se hizo presente por parte de la familia Fernández Cambra, con letras alusivas que hicieron derramar lágrimas a más de uno. Llegaron también vídeos de jóvenes profesores interpretando con sus alumnos las canciones que ellos habían aprendido en Oteiza. Y hasta los más mayores se sumaron a la fiesta interpretando el prólogo del Florido Pensil, para recordar la escuela en la que el propio Jesús Mari se inició en Artavia en los años cincuenta del pasado siglo. El acto terminó con dos intervenciones especialmente señaladas: la de José Luis de Antonio, director, compañero y amigo durante buena parte de la estancia de ambos en el centro, jubilado hace unos años; y la del propio homenajeado, que quiso recordar en una trabajada y bien pensada intervención, su larga etapa de maestro. Pidió perdón por los errores, dio las gracias a todos, recordó sus objetivos educativos y ponderó el valor y la importancia de la educación pública en nuestros pueblos. Un digno colofón para una sesión inolvidable.
Una nutrida mesa de 400 comensales continuó la celebración en el polideportivo. Y tras ella, más regalos, música y una sana convivencia cerró un día que pasará a los anales de Oteiza como la jornada en la que todo un pueblo reconoció la tarea callada, discreta y eficaz de un hombre que amó su profesión desde el primer día al último, realizando su trabajo sin alharacas, cumpliendo simplemente su deber. Que esta fiesta excepcional, como no se ha conocido otra en Oteiza, haya sido en honor a un maestro, reconcilia con la profesión y habla bien de un pueblo que ha sabido reconocer en Jesús Mari Albéniz a uno de los suyos, dedicado a lo largo de más de cuarenta años a educar a sus hijos más pequeñós
Esta misma semana y en este mismo medio, con palabras que reflejan bien la personalidad de ambos, José María Romera, excelente profesor de secundaria, se despedía de una profesión en la que también ha disfrutado mucho. “Uno está convencido de que el mayor mérito de un profesor reside en disfrutar de su tarea, porque solo así logrará que sus discípulos aprecien el valor del conocimiento. A la descripción mortificante de la enseñanza se le opone otra menos difundida pero más cierta que habla del placer y el privilegio de contribuir a que otros aprendan. Dar clase puede ser a veces fatigoso e ingrato, pero en última instancia es una gozada. Y aunque dejar de hacerlo cuando llega la edad de la jubilación tiene su parte de indiscutible recompensa por la libertad que otorga, tener que decir adiós a la enseñanza es como recibir un violento empujón que te saca del recreo cuando mejor lo estabas pasando. Queda al menos el consuelo de poder decir: que me quites lo enseñado”.
A todos los que como Jesús Marí Albéniz han dedicado su vida a enseñar conocimientos y educar en valores, es decir, a ser auténticos maestros, muchas gracias.
Diario de Navarra, 22/6/2018