
Vista de las calles del barrio, con pequeños comercios de todo tipo
Hoy es un día un poco especial. Carmen y Javier tienen clase mañana y tarde y, en consecuencia, el abuelo debe quedarse con Mikel todo el día. ¿Qué hacer un día entero?, pues organizarse en función del niño. Tras jugar un rato, desayunar con él y vestirlo, bajamos al mercado. Los alrededores de su casa bullen de pequeñas tiendas y comercio popular. En primer lugar, las frutas: naranjas, mandarinas, plátanos, uva granate de gran tamaño y manzanas. La mamá que nos atiende cuida a su vez de un bebé como Mikel que está entretenido con el móvil de su mamá. No me extraña la pasión y la euforia por los móviles, que supera incluso la de España. Niños, adolescentes y mayores van permanentemente acompañados. Tras las frutas, proseguimos nuestra ruta por el barrio. En la siguiente tienda compramos lechugas, tomates, cebollas y ajos. No está barata la cesta de la compra, teniendo en cuenta el salario medio, que está en los 650 euros. Me comenta Carmen que los salarios, sobre todo de los jóvenes, son bajos y el nivel de consumo cada día es más exigente. De ahí las diferencias sociales que se aprecian, incluso en un barrio de estas características.

Mikel no le hace ascos a ningún tipo de comida
La simpática guarda-jurado de la urbanización saluda a Mikel con mucho cariño y cierta admiración. No parece serlo tanto con los otros niños chinos, de nuevo la rareza de la mezcla.
Mikel desayunas dos mandarinas que poco a poco, de gajo en gajo, va comiéndose. En general encuentra la fruta gustosa y de buen sabor, a lo que contribuye esta temperatura tan agradable. Tras las frutas, poco a poco empieza a restregarse los ojos y se duerme.
Apenas tengo tiempo para un rato de lectura y redactar algunas líneas. Enseguida se despierta y es preciso jugar con él, porque no descansa. Exige una atención casi permanente.

Padre e hijo juegan antes de la siesta
Javier llega de la escuela hacia las 12,30. En la bolsa de plástico hay un poco de todo: tofu, pollo con champiñones y verduras, y patas de pavo. Todo mezclado con el inevitable curry que homogeneiza los sabores. De nuevo la fruta supone para mí lo más agradable. Mikel come de todo, a nada le hace ascos y participa como uno más en todos los platos que se ofrecen.
Su padre debe volver a la escuela a los dos de la tarde. Se echa la siesta con el pequeño y mientras descanso yo también un rato.

Abuelo y nieto se hacen una foto durante el paseo
La tarde la dedicamos a dar un largo paseo. Lo visto con uno de los trajes traídos desde España, y peinado, perfumado y elegante como un principito, salimos de parranda. Hay que tener cuidado, porque las aceras no tienen continuidad y no son transitables. Tampoco tienen vados y, en consecuencia, hay que estar en un sube y baja permanente con la silleta. Optamos por ir con precaución por la calzada, sabiendo que los coches son un peligro, dado su escaso respeto por las señales, las normas y los peatones. Avanzamos despacio, viendo tiendas, locales comerciales y la actividad propia de la ciudad. Me sorprenden determinadas costumbres: unas dependientas bailando en la puerta del establecimiento para recabar la atención de los clientes; otros recibiendo instrucciones y haciendo tablas de gimnasia antes de comenzar la jornada laboral. También perduran usos pocos comunes: veo a dos señoras con su máquina de coser junto a la puerta de su casa, esperando a realizar algún trabajillo. Lo que no veo es mendicidad. Hoy, por primera vez en una semana, he visto a una señora desarrapada, descalza y sucia, que recorría una calle. La excepción que confirma la regla. Carmen me confirma que la mendicidad está mal vista e incluso penalizada. Y me acuerdo de la penosa impresión que le produjo Madrid la primera vez que llegó a España, con la plaza de Oriente y la calle Arenal, en pleno centro, llena de mendigos e indigentes y grupo de voluntarios repartiendo comida.

Mikel trata de subirse a la mesa mientras tomo el café
Nos paramos en una de las tiendas con juguetes para niños. No resisto la tentación de comprarle a Mikel dos cositas: un grupo de instrumentos de viento, a los que no hace mucho caso, aunque intenta hacerlos sonar sin conseguirlo; y una especie de cangrejo que mueve patas, lengua y ojos al andar llevado por un palo hasta la mano. Espero que le ayude a caminar. Este sí le hace ilusión y, efectivamente, andamos por la acera entre gritos de júbilo, aunque él no acierte a llevarlo del todo.

Antes de subir a casa, a Mikel le gusta montarse en este artilugio
Son ya más de dos horas de paseo y, de vuelta a casa, decido pararme en un establecimiento que sirve café, cosa poco usual. Tras muchos esfuerzos consigo hacerle entender a la camarera que quiero un café expreso en taza pequeña. Veo que tienen cafetera, lo cual es mucho. Al rato aparece con una taza pequeña y un hermoso cuenco de café negro y una bandejita, que contiene 8 granos que parecen uvas. Cual es mi sorpresa al probar y comprobar que son ¡tomates cherris!
Nos volvemos a casa y pasamos por el parque infantil de la urbanización. El juguetito de Mikel, el cangrejo andarín, les gusta a los niños del parque y uno a uno lo cogen y corretean a gusto con él. Los abuelos, muy amables, lo devuelven y subimos a casa.

El, cangrejo andarín le ayuda a desplazarse por el cuarto de estar
Llegan enseguida Carmen y Javier. Tras la cena en familia, me retiro enseguida a mi habitación, tras un día tan ajetreado. No puedo menos que acordarme de su abuela china que realiza esta labor no pocos días del año. Y a todos los abuelos para los que una actividad importante de su jubilación es atender a los nietos. ¡Qué oscura e importante labor! Y qué poco valorada por una sociedad que tiene que echar mano de ellos para poder seguir adelante con su tarea diaria. Mi recuerdo para todos ellos en un día en que me ha vuelto un colega más.