Cada día es más evidente que la pandemia provocada por la covid-19 es no solo una catástrofe sociosanitaria, sino que sus tentáculos se extienden a todos los órdenes de la vida. El cultural, sin ir más lejos, es uno de ellos. Pocos sectores han sentido el impacto de una manera tan fuerte, hasta el punto de haber provocado un verdadero seísmo. Y eso que durante los meses de confinamiento vivimos un verdadero espejismo: instituciones culturales de todo tipo utilizaron las redes para que los ciudadanos pudiéramos acceder de forma libre a conciertos, espectáculos teatrales, visitas a museos y otras actividades similares. Esto nos ayudó a hacer más llevadera la experiencia, nos hizo creer que la gratuidad en la cultura era posible y nos permitió soñar que el sector no saldría especialmente malparado. Pero una cosa son las grandes instituciones culturales, y otra el amplio sector cultural compuesto por profesionales y autónomos que viven al día, y que necesitan de las actuaciones en vivo para poder mantenerse ellos y sus familias.
Unos meses después, el panorama es bien distinto. La clausura de la actividad primero, y la apertura a medias después, han convertido al sector en un yermo que corre el riesgo de tirar por la borda lo conseguido con mucha dificultad en los últimos años. Y a ello ha contribuido y no poco la actitud de muchas instituciones que, ante la gravedad de los problemas que tenemos encima, han convenido en que la cultura no era una prioridad y, con miopía y dejadez evidente, han cancelado los programas de 2020, dejando a muchos pequeños grupos al borde de la ruina económica y artística. Pero estamos en Navarra y a ella quisiera referirme, en especial al sector musical, que es el que sigo más de cerca.
Creo que en la Comunidad, la actitud de las administraciones -tanto la foral como la municipal- ha sido bien distinta. Pese a las evidentes dificultades, que se concretan en mayor trabajo y menor asistencia, buena parte de los programas estivales se han mantenido en pie. El Festival de Teatro Clásico de Olite abrió brecha, a poco de terminar el confinamiento. El Festival de Mendigorría se desarrolló con aforo muy reducido, compra on line, y rigurosas medidas de seguridad. El Ciclo de Órgano de Larraga resultó impecable en organización y programa. El Flamenco On Fire, de alcance nacional, programó con altura y éxito; Kultur, ha llevado con tenacidad y desigual asistencia la cultura a localidades de nuestra geografía. Las iniciativas de algunos ayuntamientos son dignas de aplauso y encomio, ya que han utilizado parte de sus ahorrados presupuestos festivos en actividades culturales para todo el verano. Finalmente, hemos conocido el avance de las programaciones de la Fundación Baluarte y la Orquesta Sinfónica de Navarra. Una y otra no carecen de ambición, pese al incierto curso que tienen por delante.
Centrémonos, para terminar, en la Semana de Música Antigua de Estella, en curso durante esta semana. Tras el éxito de la edición del cincuentenario, fue una sorpresa el cambio de director. Realizada la nueva convocatoria, el encargo recayó en Raquel Andueza, soprano navarra de proyección internacional, bien conocida como artista participante. La nueva directora recibió la noticia y aceptó el encargo en plena pandemia, pero no se arredró. De entrada es preciso, por tanto, felicitar al departamento de Cultura por su compromiso y a Raquel Andueza por su musical atrevimiento. Su conocimiento del sector y su pertenencia al mismo, le han ayudado a reclutar un selecto elenco de grupos nacionales, tanto vocales como instrumentales, hasta montar un programa en absoluto desdeñable.
La Semana pretende, dice la directora en el programa, “ser un germen de esperanza y hermosura, un espacio que propicie el resurgimiento de la belleza en medio de una realidad caótica. El arte, y en particular la música, consigue que las personas nos sobrepongamos a las adversidades, porque alienta nuestro ánimo y sosiega nuestro espíritu. Partiendo de esa idea, solicité a los artistas que vinieran a Estella-Lizarra con sus repertorios más inspiradores para modelar una Semana luminosa, amorosa y cálida; un oasis de belleza que pudiera reconfortarnos. Así hemos ido dando forma a las veintiuna actividades de esta edición, con artistas consagrados y nuevas promesas; con espadachines, arpas, clarines, dragones y princesas; con historias de amor y desamor, con pájaros encarnados en violines”. No es este el lugar para la crítica musical, que con gusto y sabiduría ejerce Xabier Armendariz en este mismo medio. Pero sí el sitio para dejar constancia de que la Cultura, con mayúsculas, se merece un espacio en nuestra vida personal y colectiva. Nada más evocador que algunas de las fotos que acompañan al programa: esa flor que emerge horadando la grieta de un espacio encementado; o esa otra que luce, modesta pero ufana, junto al adoquín de la alcantarilla. Incluso en las circunstancias más adversas, la belleza es posible. Lo escuchado y disfrutado hasta ahora lo confirma, son destellos de belleza.
Enhorabuena a los que, mascarilla en rostro, se han atrevido a degustarlos, y a los que con ahínco y voluntad lo han hecho posible.
Diario de Navarra, 10/9/2020